Cuando esto sucede, me gusta irme al césped de algún parque, o mejor, a la ribera del río, tumbarme sobre los codos y levantar la cara al sol para absorver todo su calor.

Es ahí cuando no puedo evitar que una sonrisa se me dibuje en el rostro, aunque haya tenido unos días que nunca le desearía a nadie.
Es ahí también cuando puedo coger ejemplo del sol de enero: él, pese a la adversidades, se atreve a abrirse paso entre el mal tiempo para darnos su luz y calor. Nosotros deberíamos intentar sacar nuestro sol cuando todo a nuestro alrededor nos parezca frío y oscuro, para evitar hundirnos en las tinieblas
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